Pollito Chicken - Ana Lydia Vega
I really had a wonderful
time, dijo Suzie Bermiúdez a su jefe tan pronto puso un spike-heel en la
oficina.
San Juan is wonderful,
corroboró el jefe con benévola inflexión, reprimiendo ferozmente el deseo de
añadir: I wonder why you Spiks don't stay home and enjoy it.
Todo lo cual nos pone en
el aprieto de contarles el surprise return de Suzie Bermiúdez a su native land
tras diez años de luchas incesantes.
Lo que la decidió fue el
breathtaking poster de Fomento que vio en la travel agency del lobby de su
building. El breathtaking poster mentado representaba una pareja de beautiful
people holding hands en el funicular del Hotel Conquistador. Los beautiful
people se veían tan deliriously happy y el mar tan strikingly blue y la puesta
de sol --no olvidemos la puesta de sol a la Winston-tastes-good-- la puesta de
sol tan shocking pink en la distancia que Susie Bermiúdez, a pesar de que no
pasaba por el Barrio a pie ni bajo amenaza de ejecución por la Mafia, a pesar
de que prefería mil veces perder un fabulous job antes que poner Puerto Rican
en las applications de trabajo y morir de hambre por no coger el Welfare o los
food stamps como todos esos lazy, dirty, no-good bums que eran sus
compatriotas, Suzie Bermiúdez, repito, sacó todos sus ahorros de secretaria de
housing project de negros --que no eran mejores que los New York Puerto Ricans
pero por lo menos no eran New York Puerto Ricans-- y abordó un 747 en raudo y
uninterrupted flight hasta San Juan.
Al llegar, se sintió all
of a sudden como un frankfurter girando dócilmente en un horno de cristal. Le
faltó aire y tuvo que desperately hold on a la imagen del breathtaking poster
para no echar a correr hacia el avión. La visión de aquella vociferante crowd
disfrazada de colores aullantes y coronada por kilómetros de hair rollers la
obligó a preguntarse si no era preferible coger un bus o algo por el estilo y
refugiarse en los loving arms de su Grandma en el countryside de Lares. Pero on
second thought se dijo que ya había hecho reservations en el Conquistador y que
Grandma bastante bitchy que había sido after all con ella y Mother diez años
ago. Por eso Dad nunca había querido ---además de que Grandma no podía verlo ni
en pintura porque tenía el pelo kinky-- casarse con Mother, por no cargar con
la cruz de Grandma, siempre enferma con headaches y espasmos y athlete's foot y
rheumatic fever y golondrinos all over y mil other dolamas. Por eso fue también
que Mother se había llevado a Suzie para New York y thank God, porque de
haberse quedado en Lares, la pobre Mother se hubiera muerto antes de lo que se
murió allá en el Bronx y de algo seguramente worse.
Suzie Bermiúdez se montó
en el station-wagon del Hotel Conquistador que estaba cundido de full-blood,
flower-shirted, Bermuda-Shorted Continentals con Polaroid cameras colgando del
cueIlo. Y--sería porque el station-wagon era air-conditioned-- se sintió como
si estuviera bailando un fox-trot en la azotea del Empire State Building.
Pensó con cierto
amusement en lo que hubiese sido de ella si a Mother no se le ocurre la
brilliant idea de emigrar. Se hubiera casado con algún drunken bastard de
billar, de esos que nacen con la caneca incrustada en la mano y encierran a la
fat ugly housewife en la casa con diez screaming kids entre los cellulitic
muslos mientras ellos hacen pretty-body y le aplanan la calle a cualquier
shameless bitch. No, thanks. Cuando Suzie Bermiúdez se casara porque maybe se
casaría para pagar menos income tax-- sería con un straight All American,
Republican, church-going, Wall-Street businessman, como su jefe Mister Bumper
porque ésos sí que son good husbands y tratan a sus mujeres como real ladies
criadas con el manual de Amy Vanderbilt y todo.
Por el camino observó
nevertheless la transformación de Puerto Rico. Le pareció very encouraging
aquella proliferación de urbanizaciones, fábricas, condominios, carreteras y
shopping centers. Y todavía esos filthy, no-good Communist terrorists se
atrevían a hablar de independencia. A ella sí que no le iban hacer swallow esa
crap. Con lo atrasada y underdeveloped que ella había dejado esa isla diez años
ago. Aprender a hablar good English, a recoger el trash que tiraban como
savages en las calles y a comportarse como decent people era lo que tenían que
hacer y dejarse de tanto fuss.
El Conquistador se le
apareció como un castillo de los Middle Ages surgido de las olas. Era just what
she had always dreamed about. Su intempestivo one-week leave comenzó a cobrar
sentido ante esa ravishing view. Tan pronto hizo todos los arrangements de
rigor, Suzie se precipitó hacia su de luxe suite para ponerse el sexy polkadot
bikini que había comprado en Gimbers especialmente para esta fantastic
occasion. Se pasó un peine por los cabellos teñidos de Wild Auburn y desrizados
con Curl-free, se pintó los labios de Bicentennial Red para acentuar la blancura
de los dientes y se frotó una gota de Evening in the South Seas detrás de cada
oreja.
Minutos después, sufrió
su primer down cuando le informaron que el funicular estaba out of order.
Tendría que substituir la white-sanded, palm-lined beach por el pentagonal
swimming pool, abortando así su exciting sueño del breathtaking poster.
Mas
--Such is life
se dijo Suzie y alquiló
una chaise-longue a orillas del pentagonal swimming pool just beside the bar.
El mozo le sirvió al instante un typical drink llamado piña colada que la
sorprendió very positively. Ella pertenecía a la generación del maví y el
guarapo que no eran precisamente what she would call sus typical drinks
favoritos.
Alrededor del pentagonal
swimming pool abundaba, por sobre los full-blood Americans, la fauna local. Un
altoparlante difundía meliflua Music from the Tropics, cantada por un crooner
de quivering voice y disgusting goleta English, mientras los atléticos Latin
specimens modelaban sus biceps en el trampolín. Suzie Bermiúdez buscó en vano
un rostro pecoso, un rubicundo crew-cut hacia el cual dirigir sus batientes
eyelashes. Unfortunately, el grupo era predominantly senil, compuesto de
Middle-class, Suburban Americans estrenando su primer cheque del Social
Security.
--Ujté ej pueltorriqueña,
¿noveldá?
preguntó un awful
hombrecito de no más de three feet de alto, emborujado como un guineo niño en
un imitation Pierre Cardin mini-suit.
--Sorry
murmuró Suzie con magna
indiferencia. Y poniéndose los sunglasses, abrió el bestseller de turno en la
página exacta en que el negro haitiano hipnotizaba a su víctima blanca para
efectuar unos primitive Voodoo rites sobre su naked body.
Tres piñas coladas later
y post violación de la protagonista del best-seller, Suzie no tuvo más remedio
que comenzar a inspeccionar los native specimens con el rabo del ojo. Y --sería
seguramente porque el poolside no era air-conditioned-- fue así que nuestra
heroína realized que los looks del bartender calentaban más que el sol de las
three o'clock sobre un techo de zinc.
Cada vez que los turgent
breasts de Suzie amenazaban con brotar como dos toronjas maduras del
bikini-bra, al hombre se le querían salir los eyeballs de la cara. Hubo como un
subtle espadeo de looks antes de que la tímida y ladylike New York housing
project secretary se atreviese a posar la vista en los hairs del tarzánico
pecho. In the meantime, los ojos del bartender descendían one-way elevators
hacia parajes más fértiles y frondosos. Y Suzie Bermiúdez sintió que la
empujaban fatalmente, a la hora del más febril rush, hacia un sudoroso,
maloliente y alborotoso streetcar named desire.
Tan confused quedó la
blushing young lady tras este discovery que, recogiendo su Coppertone suntan
oil, su beach towel y su terry-cloth bata, huyó desperately hacia el de luxe
suite y se cobijó bajo los refreshing mauve bedsheets de su cama queen size.
Oh my God, murmuró,
sonrojándose como una frozen strawberry al sentir que sus platinum-frosted
fingernails buscaban, independientemente de su voluntad, el teléfono. Y con su
mejor falsetto de executive secretary y la cabeza girándole como desbocado
merry-go-round, dijo:
--This is Miss Bermiúdez,
room 306. Could you give me the bar, please?
--May I help you?
inquirió una virile
baritone voz con acento digno de Comisionado Residente en Washington.
Esa misma noche, el
bartender confesó a sus buddies hangueadores de lobby que:
La tipa del 306 no se
sabe si es gringa o pueltorra, bródel. Pide room service en inglés legal, pero,
cuando la pongo a gozal, abre la boca a grital en boricua.
--Y ¿qué dice?
respondió cual coro de
salsa su fan club de ávidos aspirantes a tumbagringas.
Entonces el admirado
mamitólogo narró cómo, en el preciso instante en que las platinum-frosted
fingernails se incrustaban passionately en su afro, desde los skyscrapers
inalcanzables de un intra-uterine orgasm, los half-opened lips de Suzie
Bermiúdez producían el sonoro mugido ancestral de:
--¡VIVA PUELTO RICO
LIBREEEEEEEEEEEEEEEE!
Comentarios
Publicar un comentario